1.12.11

Piedra.


Un hilo de pescar rodeaba su tobillo y arrastraba una piedra preciosa. Ella había decidido que ese hilo siguiera ahí, porque ya era tarde para plantearse nada. Con un simple tirón fácilmente podría haberlo desatado, podría haber tirado la piedra muy lejos, para no seguir arrastrándola, pero no. La piedra seguía junto a ella, era su luz, su libertad, aunque tuviera que limpiarla y llevarla con cuidado a todas partes. Recordaba los tiempos en que esa piedra la había fascinado, las horas que se había pasado contemplándola, como si fuera la única cosa que existiera. Cada noche se acostaba pensando en ella, en sus suaves bordes, en como saltaba cuando se golpeaba con otra piedra. no sabía si había perdido el significado para ella, pero ahí estaba, nueva, sin arrugas, como el primer día. Y mientras los rayos del sol la hacían brillar, lo hizo. Se desató. No sintió nada nuevo, el perderla estaba en ella, el sentimiento lo había sentido imaginariamente muchas veces. Esperaba ser capaz, estaba preparada. De repente, salió corriendo, cruzándose con miles de piedras preciosas, todas de distintos tamaños, distintos brillos, otras formas. Cuando se cansó de correr paró y empezó a llorar, echaba en falta el hilo que tantas noches le había molestado. No iba a encontrar una piedra como la anterior, era imposible. Decidió avanzar, sin nada que poder hacer, sin saber si quiera donde estaría su anterior piedra, entre tantas otras. Cabizbaja frunció el ceño, una luz brilló a su derecha. No, no había una piedra que emitiera una luz tan bonita, ella nunca la había encontrado. Ni siquiera llevaba hilo encima pero con miedo, cambió el rumbo. Y se dejó encandilar como si no hubiera en el mundo otra cosa que esa nueva piedra. Otra vez.



Foto: Mercat de Les Encants, Barcelona.

No hay comentarios: